Desde las primeras civilizaciones, el ser
humano ha establecido una serie de reglas para medir el tiempo tomando como
referencia la periodicidad de los movimientos de los astros. Como en la
antigüedad los únicos astros que se podían observar relativamente bien eran el
Sol o la Luna, estos astros dieron lugar a calendarios solares, lunares o
luni-solares según se tomase de referencia uno u otro, o el movimiento de ambos.
El año
astronómico o año trópico es el
tiempo que tarda la tierra en dar una vuelta completa al sol, tomando como referencia
el paso de la tierra por el punto conocido como equinoccio de primavera y, al
no coincidir con un número exacto de días, se producían unos desfases entre los
calendarios solares y los civiles que llegaban a acumular muchos días de
diferencia e incluso meses.
El comienzo y final de las estaciones era
para las sociedades agrícolas antiguas un tema importante y, por tanto, este
desfase suponía un problema que había que resolver.
El primer calendario que se conoce es un
calendario egipcio, pues esta civilización, en el año 4000 antes de Cristo, ya utilizaba un calendario basado en
doce meses de 30 días más cinco días suplementarios llamados epagómenos, y cada
cuatro años añadían un sexto día.
A partir de esta época cada civilización crea
y diseña su propio calendario, y podemos encontrar calendarios de sumerios,
babilonios, romanos, aunque calendario romano no hubo uno sólo sino que fue
modificándose y perfeccionándose a lo largo del tiempo.
En el año 45 antes de Cristo, Julio César introdujo la primera
gran reforma del calendario romano. Esta reforma consideraba que el año
astronómico duraba 365 días y 6 horas, con lo que cada cuatro años se
acumulaban 24 horas, equivalentes a un día y, para que esa diferencia no se
fuese acumulando a lo largo del tiempo, se estableció que cada 4 años uno de
ellos tendría una duración de 366 días. Ese año se denominó año bisiesto y este
calendario, en el que eran bisiestos los años múltiplos de 4, se conoció como Calendario Juliano.
Sin embargo, con el paso del tiempo seguía acumulándose un desfase
entre el calendario civil y el solar.
En el año 1582, el Papa Gregorio XIII inicia una nueva reforma cambiando
la fecha, que se corrió 10 días para eliminar el retraso acumulado, y establece
el Calendario Gregoriano en el que el año civil dura 365 días,
5 horas, 49 minutos y 12 segundos, y cada tres años de 365 días hay uno bisiesto
de 366 días pero con una excepción. En este calendario, un año será
bisiesto si es divisible por cuatro con la excepción de los años cuyas dos
últimas cifras sean ceros (en ese caso, será bisiesto si las cuatro últimas
cifras son divisibles por 400).
De esta forma, los años 1700 o 1800, por ejemplo, no son
bisiestos.
Si tenemos en cuenta que la duración del año astronómico es
realmente 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos, observamos que aún sigue
existiendo un desfase entre el Calendario Gregoriano y la realidad. Esto supone
que seguiremos acumulando ese desfase con el paso del tiempo.
Pero no debemos preocuparnos ya que cuando ese desfase llegue a
ser considerable, nosotros ya no estaremos aquí.
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