sábado, 5 de marzo de 2016

Años bisiestos

Desde las primeras civilizaciones, el ser humano ha establecido una serie de reglas para medir el tiempo tomando como referencia la periodicidad de los movimientos de los astros. Como en la antigüedad los únicos astros que se podían observar relativamente bien eran el Sol o la Luna, estos astros dieron lugar a calendarios solares, lunares o luni-solares según se tomase de referencia uno u otro, o el movimiento de ambos.


El año astronómico o año trópico es el tiempo que tarda la tierra en dar una vuelta completa al sol, tomando como referencia el paso de la tierra por el punto conocido como equinoccio de primavera y, al no coincidir con un número exacto de días, se producían unos desfases entre los calendarios solares y los civiles que llegaban a acumular muchos días de diferencia e incluso meses.

El comienzo y final de las estaciones era para las sociedades agrícolas antiguas un tema importante y, por tanto, este desfase suponía un problema que había que resolver.

El primer calendario que se conoce es un calendario egipcio, pues esta civilización, en el año 4000 antes de  Cristo, ya utilizaba un calendario basado en doce meses de 30 días más cinco días suplementarios llamados epagómenos, y cada cuatro años añadían un sexto día.


A partir de esta época cada civilización crea y diseña su propio calendario, y podemos encontrar calendarios de sumerios, babilonios, romanos, aunque calendario romano no hubo uno sólo sino que fue modificándose y perfeccionándose a lo largo del tiempo.


En el año 45 antes de Cristo, Julio César introdujo la primera gran reforma del calendario romano. Esta reforma consideraba que el año astronómico duraba 365 días y 6 horas, con lo que cada cuatro años se acumulaban 24 horas, equivalentes a un día y, para que esa diferencia no se fuese acumulando a lo largo del tiempo, se estableció que cada 4 años uno de ellos tendría una duración de 366 días. Ese año se denominó año bisiesto y este calendario, en el que eran bisiestos los años múltiplos de 4, se conoció como Calendario Juliano.


Sin embargo, con el paso del tiempo seguía acumulándose un desfase entre el calendario civil y el solar.

En el año 1582, el Papa Gregorio XIII inicia una nueva reforma cambiando la fecha, que se corrió 10 días para eliminar el retraso acumulado, y establece el Calendario Gregoriano en el que el año civil dura 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos, y cada tres años de 365 días hay uno bisiesto de 366 días pero con una excepción. En este calendario,  un año será bisiesto si es divisible por cuatro con la excepción de los años cuyas dos últimas cifras sean ceros (en ese caso, será bisiesto si las cuatro últimas cifras son divisibles por 400).

De esta forma, los años 1700 o 1800, por ejemplo, no son bisiestos.


Si tenemos en cuenta que la duración del año astronómico es realmente 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos, observamos que aún sigue existiendo un desfase entre el Calendario Gregoriano y la realidad. Esto supone que seguiremos acumulando ese desfase con el paso del tiempo.

Pero no debemos preocuparnos ya que cuando ese desfase llegue a ser considerable, nosotros ya no estaremos aquí.

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